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Oleos, texturas, arenas, virutas de madera, aceites, clavos, acrílicos, carbón, piedras, cartón,  minerales, tierra misma y misterio son algunos elementos y recursos que pasaron por las manos de Raúl desde que cursó los  primeros años de escuela  y desde que por razones de amistad y constantes conversaciones e intercambios de conocimientos; tuve la oportunidad de compartir y hasta cierto punto registrar cambios que  formaron  un concepto de vida  y trabajo.

El quieto amanecer, bajo el misterio de la madrugada y con el rocío todavía cayendo sobre las calles de La Villa, fue testigo de las vivencias para con una persona que en el transcurrir del tiempo forjó los más nobles intereses y pensamientos. La cita obligada para correr desde el parque Rufina Alfaro hasta la comunidad de Llano Largo, fundamentó en parte el espíritu luchador que se superaba con el pasar de los días a pesar de las adversidades de seguir viviendo en un entorno que no entendía y muy poco lo comprendió. Acaso fue la visión nocturna del hombre y el perro, acaso las visitas al cementerio, las giras a las palayas, a los montes y lugares desconocidos e increíblemente misteriosos. No fueron suficientes para satisfacer el apetito de crear y transportar elementos hacia un lienzo, una idea o un diseño.

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Exigente e irremediablemente impaciente puede ser la definición de los primeros años de forja a fuerza de una idea por más decir inexplicada. Porque  a pesar de los múltiples ejemplos y resultados, cabalgaba inconteniblemente en un universo que aún no existía para muchos. Sin embargo, lo nuevo, extraño, súbito, intrépido y alucinante de las obras, imprimía ese misterio, atractivo y especialmente el conducto, para que al estar frente a un trabajo, frente a la obra de Raúl, más que palabras, brotaran pensamientos inescrutables que a todas fuerzas trataban de compenetrarse con todos y cada uno de los elementos visibles para formalizar esa empatía con el color, los detalles, el título, la inventiva, el mensaje y una serie de elementos que  transportaban hacia rincones  que ni el propio Raúl pensó quizás que había diseñado al plasmar su trabajo. He allí la grandeza de un investigador que utilizando herramientas y métodos, así como argumentos prestados de su entorno, lograba transformar un clavo en el amuleto del viento, en el ojo del tuerto, en el punto del horizonte, en la espada del débil, la razón del tiempo. Qué fácil se puede pensar, porque también se puede hacer y repetir o copiar con el riesgo de saltar hacia mundos desconocidos donde no solo es suficiente caminar,  hay muchos retos, donde las pruebas del tiempo ajustarán la verdad.

La Obra de Raúl como pintor, es única, aun cuando reconocemos los mismos colores, similares formas y líneas, pero la mística del hombre transformada en pincel imprimió el sello indiscutible el complemento, ingrediente secreto de un estilo que vivirá por siempre en nuestras mentes y en la historia misma, como ejemplo de técnica, y de vida.

La Villa de Los Santos 1 de noviembre de 2009

Texto por el Pintor: AERuiz